Existen momentos en los que debes romperte para poder brillar, porque entre esquirlas y guijarros aparece la luz más intensa, la que todo lo abarca, la que todo lo puede.
Te has roto y no importa. Eso queda atrás porque ahora tu propósito es renacer, como la mariposa que eclosiona después de un tiempo agazapada en la oscuridad. Porque la luz eres tú. Porque la luz está en ti. Y has tenido que romperte para poder brillar. Sin quererlo, sin buscarlo, sin saber que caer en lo más profundo era la solución.
Justo en ese instante descubres que has superado los miedos, que los has mirado a la cara y los has desafiado. Porque esos miedos que tenías se han convertido en aprendizajes que fortalecen, que descubren caminos que antes eran intransitables pero que ahora sabes que puedes descubrir con seguridad.
Tú eres la fortaleza. Tú eres esa seguridad que acabas de descubrir. Tú eres la verdadera confianza. Porque nadie te conoce más ni mejor, nadie sabe afrontar los retos que ayer eran insuperables y que hoy has descubierto que por fin quedaron atrás.
Apartas las esquirlas poco a poco, con cuidado de no volver a dañarte, intentando no crear nuevos rasguños y descubres que la luz es todavía más brillante.
Floreces. Renaces. Respiras y el mundo cambia. Y tú cambias. Y creces y contigo haces que vuelva a nacer todo lo que te rodea, incluidos tus sentimientos, tus emociones. Atrás quedan los pensamientos dañinos que han mutado en otros nuevos que te llenan de valentía, de amor y de superación.
Sí, no te sorprendas. Sigues siendo tú, la misma persona que ayer no creía en sí misma pero que hoy sabe que el futuro lo va a degustar con intensidad y a pequeños sorbos para saborearlo con plenitud.
Brillas con luz propia y ya nadie te puede apagar, ni tan solo tú en tus peores momentos.
Recuerda siempre que acabas de renacer porque para poder brillar, a veces hay que romperse.
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