La calidez de sus brazos la envolvió para devolverle la sonrisa que hacía tiempo había dejado olvidada en el fondo de su corazón. El arrullo que recibió la recorrió de pies a cabeza como una corriente eléctrica que pretendía devolverla a la vida.
—Así será siempre. Contigo a mi lado para seguir adelante —dijo Margot.
Mery no pudo contener por más tiempo las lágrimas que pugnaban por desprenderse sin control por la orilla de sus párpados. Se rindió y las dejó correr con libertad, una libertad que ella había dejado de sentir hacía tiempo.
—Llora, mi niña —Margot seguía hablándole al oido sin soltar el abrazo que la envolvía—. Aquí está tu hogar, junto a mí. Aquí estoy siempre que me necesites.
Mery rodeó la cintura de Margot como si se aferrara a la vertiente de un precipicio por el que no quería dejarse caer. Las lágrimas escocían en sus ojos tristes, dolidos y agachó el rostro hasta esconderlo en el hombro derecho de su amiga. Allí estaba su refugio.
—No tengo fuerzas para seguir —confesó entre sollozos—. No sé cómo seguir adelante, Margot.
—Solo dando un paso tras otro, sin más objetivo que avanzar un poquito más cada día.
Margot seguía sin soltarla, apretando todavía más sus brazos para que su amiga sintiera la fortaleza que quería transmitirle. En su rostro dibujaba una sonrisa que la envolvía por completo, como si fuera un ser de luz que pretendiera iluminar el camino de Mery mientras ella conseguía serenarse poco a poco dejando escapar algún suspiro profundo surgido directo de sus entrañas.
—¿Por qué tiene que doler tanto? ¿Por qué tiene que ser tan difícil? —preguntaba con el rostro escondido en la suavidad de la blusa de Margot.
—No tengo la respuesta, mi vida. Pero sí sé que lo conseguirás porque jamás te voy a soltar, porque mi fuerza es tu fuerza y mi aliento es el tuyo. Tengo tanta confianza en ti, en tus progresos, en tu valentía que si ahora mismo pudieras sentir lo que yo siento, comprenderías que dentro de poco tiempo podré soltar tu mano para que vuelvas a caminar sola.
—No, Margot. No me dejes ir, no puedo hacerlo sin ti —balbuceaba sin alzar la cara.
Hacía años que Mery había convertido a su amiga en la familia que quería, la que había deseado toda la vida, la que la había acogido sin condiciones. Mery sentía la calidez que desprendía la chimenea que ardía junto a ellas, sin embargo, sabía que era Margot la única que lograba calentar con fuerza y esperanza su corazón hecho trizas. Durante un segundo, Margot rompió su abrazo para enmarcar el rostro de su amiga entre las manos y mirarla con suavidad a los ojos enrojecidos.
—Tiempo, mi niña. El tiempo lo curará todo y yo estaré siempre, ¿me oyes? Siempre aquí.
Sin añadir nada más volvió a rodearla con el poder de su abrazo y Mery se permitió llorar todo lo que había reprimido hasta el momento en el que se encontró con su amiga. Sabía que ella era el hogar que necesitaba en aquel preciso instante. Sabía que ella conseguiría sanarla.
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