Esta mañana leí un artículo de los que te desgarran por dentro porque identifican la mayor oscuridad escondida en el último rincón lleno de polvo y telarañas que anida en el corazón. Una oscuridad que marca desde la infancia y que determina el camino que sigues en la vida, sin ser consciente de que hay algo que te hace ser así, que te hace actuar así. Y no, no depende de ti.
En algún momento en el que, sin querer o sin saber cómo lo has hecho, comienzas a apartar esas telarañas, a quitar el polvo que cubre el rincón y, armándote de un valor que desconoces que posees, te atreves a mirar a la cara a esa oscuridad.
Te rompes. Sangras. La herida es infinita y el dolor interminable pero sigues mirándolo de frente, sin arrugarte, sabiendo que ahí está el miedo, el lastre, el condicionante de tu vida, de tu infancia, de tu ser. Ese acto de valentía te permite la transformación, iluminar la oscuridad, comprender el pasado, las decisiones y los reproches. Aunque lo más importante es aprender que aquella no eras tú, eras quien querían que fueras

A partir de entonces aparece el ave fénix que te permite renacer, decidir por ti, afrontar que solo tú decides quién eres y, lo mejor, cómo eres. Y te da igual si cumples sus expectativas, si no eres cómo ellos creían. Decides que deberán quererte por ti, no por lo que habían decidido sobre ti. Alzas la mirada, encaras la valentía y rompes en mil pedazos ese rincón que jamás volverá a existir en tu corazón porque has vencido, has sido más fuerte.
Si te quisieron, te querrán. Y si no te quieren así, es que jamás te quisieron, sin importar el papel que desempeñaban en tu vida. Apréndelo. Grábalo a fuego para no volver a dudar de ti.
Deja una respuesta