MasticadoresGlobal/ Editora Keren Turmo

El día amaneció con una fina lluvia que no dejaba ver más allá del jardín. El agua caía tímida y disimulada, como sin querer mojar pero calando hasta el alma.
La climatología era lo único que el Marqués no podía controlar. «Se disgustará», pensó Amelia mientras miraba absorta a través del gran ventanal de su habitación. Lo había abierto para dejar pasar el aire y, junto a él, algunas gotas de lluvia que entraban a visitar su alcoba privada invitadas por el suave movimiento de los visillos.
Había llegado el día. Era inaplazable. Esa mañana tendría que dar el «sí, quiero» al Marqués. No tenía opción.
Las lágrimas descendían lentamente por su rostro recordando cómo había rogado, suplicado, implorado e incluso exigido a gritos su libertad. Su corazón no pertenecía al Marqués, ni tan solo pertenecía a Amelia. Su corazón estaba junto a Ignacio, el mayordomo mayor del marquesado. Pero…
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