Un tropezón y un café

Un tropezón y un café

Susan Tucson tenía todo para ser feliz. Desde pequeña le habían enseñado la importancia del esfuerzo, de ayudar a los demás y de ser agradecida por todo lo que la vida le ofrecía. Y Susan era feliz porque con solo estirar la mano alcanzaba las estrellas. Así había sido desde que tenía memoria y, estaba convencida, de que así seguiría siendo para siempre.

Ronald Covert era un hombre apocado, infeliz, maestro de instituto que sobrevivía a los días sin vivir la vida, sin sentirla, sin ánimo ni esperanza porque en él todo murió el día que perdió a su mujer. Ronald pasaba por los días sin hacer ruido, sin tener ilusiones ni sueños por cumplir. Ronald vivía esperando que algún día todo acabara.

Susan salía corriendo del trabajo, llegaba tarde a su clase de guitarra española, una excentricidad que se había permitido porque le maravillaba aprender cosas nuevas con las que sorprender a sus amigos en una cena improvisada. Al salir del edificio tropezó con un señor y del impacto, su bolso quedó desparramado por el suelo y el sombrero que utilizaba él salió volando bajo un leve gruñido ahogado. Ronald se mostró disgustado, pero tuvo el detalle de agacharse para ayudar a Susan a recoger sus cosas.

—Perdóneme —dijo apurada al notar el malestar de Ronald—. Siempre voy corriendo de un lado a otro y no miro por donde voy. Espero no haberle hecho daño.

Él seguía recogiendo del suelo un bolígrafo, un pintalabios, la tarjeta del metro y unas pinzas para depilar las cejas —dedujo por la forma, porque él no tenía en casa—.

—No se preocupe, señora. Necesitaría un cuerpo más robusto para hacerme daño.

Susan, agachada intentando sujetar su falda no supo si ofenderse o echarse a reír, así que optó por lo segundo. Una carcajada alegre que hubiera ensombrecido el tintineo más dulce de un millar de campanillas acompañó su rostro sincero. Ronald se sorprendió al escucharla y alzó la mirada, topándose con unos ojos profundos que le invitaban a vivir, a sonreír, a soñar.

Ronald se vio obligado a sacudir la cabeza para salir del ensueño momentáneo que vivía mientras Susan se sonrojaba al recoger un tampón que había escapado del bolsillo oculto de su bolso. Ruborizada todavía estaba más bella. Ronald pensó que aquella mujer estaba alumbrada por luz divina, porque no podía ser real que tuviera ante él el rostro de un ángel.

—Le invito a un café, por las molestias —dijo Susan.

Había acertado a ver que aquel hombre necesitaba una mano amiga, una estrella que le guiara en la vida y lo hiciera salir del desasosiego que sentía. Sí, definitivamente Susan Tucson había nacido con el don de ayudar a los demás. Y Ronald Covert no se quedaría atrás en el camino.

Ronald sonrió por primera vez en meses, años quizás, no lo recordaba. Y aceptó el café después de darle el pequeño llavero que acababa de coger del suelo, una pequeña bola de peluche rosada con dos ojos alegres. Ronald olvidó buscar su sombrero.

Y a las puertas del rascacielos en el que trabajaba Susan, se encontraron dos almas que unieron sus caminos de vida con un tropezón y un café.

Este relato nace de la propuesta de Jimena Fer Libro de 15 formas de inspiración:

#RetoInspiración #Reto15díasHaciaLaInspiración #15FormasDeInspiración

5 respuestas a “Un tropezón y un café”

  1. me ha encantado. Mar. La descripción de los personajes, la acción, el contraste entre ellos. Sublime!!!!!

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    1. Muchísimas gracias, Fran. Fue mi ratito de inspiración de ayer y me apeteció algo diferente. Me alegra mucho que te guste 🤗

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      1. Pues que siga la inspiración. 😉

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