¿Cuánto cuesta que nos hagamos entender? Quizás son las palabras que utilizamos o la forma en la que las expresamos, pero a veces es complicado que se entienda lo que queremos decir cuando en nuestra cabeza el razonamiento es simple: sota-caballo y rey. Simple. Sin adornos. ¿Y por qué no nos entienden?
Quizás el camino entre el cerebro y la verbalización de las palabras es tortuoso, complicado y oscuro. Quizás nuestro estado de ánimo influye en expresar con gestos lo contrario de lo que estamos diciendo en palabras. Quizás no sabemos encontrar las palabras correctas, oportunas y certeras. O quizás el receptor no nos esté prestando atención.
Todo influye. Todo complica el mensaje. Todo impide que se entienda lo que queremos transmitir.
Y lo mismo ocurre con la palabra escrita. Quizás aquí es más fácil encontrar las palabras exactas que buscamos, pero es la persona que lee quién interpreta el mensaje que recibe según su estado de ánimo, su situación y su atención.
Y… ¿por qué todo esto? Porque quizás es lo que le ocurrió a Anne cuando no prestó atención a las palabras de John cuando le dijo:
—Me gustaría que pasáramos el resto de la vida juntos.
Anne, atenta a su móvil, dejó pasar la proposición que debía cambiarle la vida. Ella solo prestó atención a lo que implicaban las palabras resto-vida y, alzando las cejas solo acertó a contestar:
—¡Qué pereza!
John, sin querer escuchar nada más, salió de la cafetería dejando a Anne perdida en su mundo de Minecraft.
Este relato es fruto de las 15 formas de inspiración propuestas por Jimena Fer libro. Ojalá te haya gustado.
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