Dijeron que en el subterráneo estaríamos a salvo. El subsuelo era el único espacio en el que las bombas no nos alcanzarían, un rayo de luz bajo el infierno. Y allí nos trasladamos sin pensar, sin cuestionar la decisión. Escapábamos de los bombardeos, de las sirenas, de los asesinatos que quedarían impunes.
Bajo el suelo se creó la vida, la esperanza de resurgir, de no desaparecer. Sin embargo, no contamos con que aquel subterráneo también cobijaba al mayor asesino en serie que se había conocido hasta el momento y que el ruido ensordecedor de las bombas había hecho que olvidáramos.
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