Hace años (una vida entera, mejor dicho) viví en Santo Domingo (no de la Calzada, el de República Dominicana) durante un año.
Sí. Es real.
No. No fueron 365 días de vacaciones, piñas coladas y merengue. Fue bastante más difícil que eso.
El caso es que hoy he recordado una historia que te quiero explicar.
Un día se instaló en nuestro apartamento (una planta baja que compartía con otros dos españoles) una gata callejera. Venía cada día y le cogimos cariño, fíjate.
El caso es que mi compañero de piso la encontró una tarde dentro de su armario, sobre un montón de ropa suya que tenía en el suelo y que la gata había utilizado de paritorio para dar a luz a dos lindos gatitos: Hipólito y Milagros (con mucha gracia les pusimos el nombre del presidente y la vicepresidenta del país en aquel momento). Y durante un tiempo fuimos todos una gran familia feliz. Dábamos comida a la mamá para que pudiera alimentar a los bebés y jugábamos con ellos mientras crecían.
Pero un día (¡atención: viene el giro de guión!) la gata comenzó a traer su propia comida a casa. Porque claro, era una más de nosotros y, claro, también era callejera, así que ella también salía a hacer la compra y encontrábamos palomas y algún otro bicho que nos ofrecía como agradecimiento. Hasta que un día trajo el mejor manjar de todos: una rata viva que mató y descuartizó en nuestro comedor antes de zampársela… Por supuesto, hasta ahí llegó la buena convivencia.
Moraleja: no te fíes de las buenas intenciones de los desconocidos, quizás con el tiempo te sorprendan.
¿Te ha gustado la historia? Pues es real como la vida misma 😂. Esta no la encontrarás en mi novela Valiente Elena (por eso te la he querido explicar) pero sí otras muchas de las vivencias en República Dominicana. Ojalá pronto pueda darte noticias.
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