Relato: El ático de la tía Paca

El ático de la tía Paca

La tía Paca murió hace una semana. Sola. Como siempre había vivido. Era la hermana pequeña de mi abuelo Emilio, pero nunca quería saber demasiado de la familia. Cuando yo era pequeña, mi madre nos llevaba a su casa siempre que llegábamos al pueblo a pasar las vacaciones. Era la primera parada, incluso antes de instalarnos, la visita de rigor, esa que se hace porque la familia espera que la hagas, siempre pensando en el qué dirán, en el que no hablen, siempre pensando más en los demás que en nosotros mismos. Cosas de pueblo.

En esas visitas, la tía Paca siempre nos recibía sentada en el viejo sofá de escai de una plaza que tenía al lado de la pequeña chimenea que caldeaba el salón en invierno. Por suerte, nosotros íbamos en verano y las ventanas estaban abiertas, supongo que para ventilar la soledad vivida y sentida en esas paredes blanquecinas. Se intuía una sonrisa en su cara cada vez que nos decía “pero cómo habéis crecido”. Y nos daba besos de esos de abuela, de los que te resuenan en la cara mientras te aprietan los carrillos a dos manos y se te clavan los pelos de su bigote.

La tía Paca era seria, pero nos quería.

Recuerdo en una ocasión, cuando yo todavía conservaba la inocencia infantil, esa que se pierde el día que sabes que los Reyes Magos no existen, le pregunté:

—Tía, ¿tú por qué no te has casado nunca?

—Ay, mija. Ya aprenderás que los hombres no sirven para mucho. Y yo prefiero estar sola que lavando los calzones a un sinvergüenza. —Se giró para seguir removiendo el guiso que tenía en el fuego. Y así acabó aquella conversación, con una sentencia lapidaria.

Hoy nos toca recoger sus cosas, y en el ático de la casa de la tía Paca encuentro un baúl. Al abrirlo, me sorprende ver solo una vieja fotografía de estudio en blanco y negro. Dos mujeres jóvenes, sonrientes y hermosas posan ante un fondo que pretende simular un río. Se nota la complicidad entre ellas. En el reverso, una nota manuscrita: “Siempre juntas en nuestro plácido riachuelo. Marga. Paca”.

Encuentro a mamá en la habitación de la tía recogiendo su ropa del armario y le enseño la foto. Las lágrimas asoman a sus ojos sin que yo las haya visto venir.

—Siéntate Mónica —me dice sentándose en la cama y dando unos golpecitos suaves en el colchón para que vaya a su lado—. Te voy a contar la historia de la tía Paca.

Y así, entre ropas, recuerdos y lágrimas, descubro que mi tía Paca y Marga habían intentado amarse… pero pudo más el qué dirán, el que no hablen, el pensar más en los demás que en nosotros mismos. Cosas de pueblo.

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